viernes, 4 de abril de 2008

HISTORIA DE LA POLIFONÍA (5) Siglo XVI

(Obtenida a partir de la página web de la Universidad Católica "San Antonio" de Murcia)

SIGLO XVI

Conocido como la “Edad de Oro de la Polifonía”, el siglo XVI comienza con la impresión de la primera colección de música a partes: la Harmonice Musices Odhecaton A, debida al editor veneciano Ottaviano de Petrucci.

Las capillas catedralicias seguían siendo la mejor y mayor cantera de compositores. A los cantores de coro que poseían más cualidades se les instruía debidamente en el arte de componer, y también en el de interpretar varios instrumentos, sobre todo, el órgano.

No le iban a la zaga las capillas musicales de la nobleza, que rivalizaban entre sí por la cantidad y calidad de sus músicos, llegando incluso a realizar acciones de tipo delictivo para hacerse con el servicio de los mejores cantores. En el caso de Orlando di Lassus, discípulo directo de Josquin Desprès, secuestrado en tres ocasiones por poseer una espléndida voz y grandes conocimientos musicales.

La ejecución de la música en el siglo XVI siguió teniendo en los coros a su principal intérprete. De este período es originario el apelativo da camera – en castellano de cámara -, en referencia a las habitaciones palaciegas destinadas por los nobles para escuchar música en sesiones privadas.

En Francia, la renovada chanson tuvo como principales representantes a Claudin de Sermisy (1490-1562) y a Clement Jannequin (1491-1561), que compuso muchas piezas con música que hoy llamaríamos “descriptiva”, haciendo que las voces emitieran sonidos onomatopéyicos. Otros músicos relevantes, posteriores a los ya citados son Claude Goudimel (1505-1572), Guillaume Costeley (1531-1606) y Claude de Jeune (1525-1600). La obra de este último aproxima la chanson francesa al estilo madrigalístico italiano.

Entretanto, la difícil situación política y social en Flandes empujó a muchos músicos flamencos a una no deseada emigración, en busca de mejores condiciones para desarrollar su creación.

De entre todos destacaremos a Adrian Willaert (1500-1562), Nicholas Gombert (1480-1556), Jaques Arcadelt (1504-1557), Cipriano de Rore (1516-1565), Philippe de Monte (1521-1603) y el ya citado Orlando di Lassus (1532-1594). Lassus ha sido considerado por más de un historiador como el más genial de todos los músicos del Renacimiento.

Inglaterra vivió durante los primeros del siglo XVI una clara influencia musical francesa e italiana, y hasta la época de Enrique VIII, con la separación inglesa de la obediencia al Papa de Roma, no se puede hablar de un “Renacimiento Inglés”. La primitiva labor de John Taverner (1495-1545) y Thomas Tallis (1505-1585) fue seguida de una interesante nómina de músicos. Los más importantes fueron: Thomas Weelkes (1575-1623), Orlando Gibbons (1585-1625), Thomas Morley (1557-1603), John Dowland (1563-1626) y el más importante de todos, William Byrd (1542-1623).

No se puede decir que Alemania tuviera un elenco de músicos renacentistas, sin embargo, justo es destacar a uno de ellos que, aunque formado en Venecia, regresó a su país, convirtiéndose en el primer gran maestro alemán de la historia: Hans Leo Hassler (1564-1612).

Sin duda alguna, Italia fue el eje más importante del panorama musical del siglo XVI, convirtiéndose en la Escuela de Europa. La figura de Giovanni Pierluigi da Palestrina (1525-1594) brilla con luz propia en el universo sonoro de la Italia del siglo XVI y se puede asegurar que con él la música coral se encuentra con su principal maestro. Creador de la “escuela romana”, de sus motetes y misas nos han quedado innumerables ejemplos, como la ‘Missa Papae Marcelli’, considerada su obra cumbre.

En el ámbito profano, Italia aportó un género musical de extraordinaria importancia: el MADRIGAL. El madrigal en su origen era una composición literaria de corte amoroso, y desde que se comenzó a poner música a estos poemas se entiende también como un género musical propiamente dicho. Su carácter intimista sugiere una ejecución a una sola voz acompañada de instrumentos, o por un grupo vocal muy reducido. Curiosamente, los primeros compositores de madrigales italianos fueron músicos flamencos, y el primer autor italiano importante del género fue Costanzo Festa (1490-1545). A éste le siguieron los Gabrielli de Venecia: Andrea (1520-1586) y su sobrino Giovanni (1557-1612), pero el mejor compositor de madrigales fue Luca Marenzio (1553-1599), un verdadero artista en la dramatización de los textos que utilizaba. Otros madrigalistas destacables son: Carlo Gesualdo, Príncipe de Venosa (1560-1613), y Orazio Vecchi (1550-1605).

El siglo XVI español se significa por una proliferación de músicos excelentes, en sintonía con el auge de la vida musical en Europa. Si tuviéramos que destacar a una figura del panorama de la música española del siglo XVI, no dudaríamos en conceder este privilegio a Tomás Luis de Victoria (1548-1611). Nacido en Ávila, Victoria pasó largo tiempo en Roma, donde conoció a Palestrina y del que se supone que recibió enseñanzas. La música de Victoria tiene indudables similitudes con la del gran maestro italiano y, sin embargo, el carácter fervoroso de nuestro músico otorga a sus pentagramas un toque personal inconfundible.

La amplia obra del abulense se distingue por la sobriedad y austeridad de su contrapunto. Su predilección por el uso de tonalidades menores confiere a sus obras un carácter melancólico que invita al recogimiento. En cambio, si el texto lo requiere, la música de Victoria fluye con brillantez y nos transporta a un mundo de sonoridades jubilosas, demostrando su absoluto dominio en el terreno de la expresión musical.

La mayor parte de la creación musical del Renacimiento español se encuentra recogida en diversas colecciones o cancioneros. Los más importantes son: el Cancionero de Uppsala, editado en Venecia en 1556 y descubierto en la biblioteca de la Universidad de la ciudad sueca de Uppsala por el musicólogo y diplomático español Rafael de Mitjana. Contiene 55 villancicos anónimos, excepto uno de ellos en el que figura el nombre del músico flamenco Nicholas Gombert. Este importante cancionero se supone originario de los Duques de Calabria, en Valencia.

La Recopilación de Sonetos y Villancicos a Cuatro y a Cinco Voces, editada en Sevilla en 1560 y cuyo autor fue Juan Vasquez - músico andaluz aunque nacido en Badajoz - contiene 67 obras de carácter profano y es, sin lugar a dudas, la colección española más importante del estilo madrigalístico.

El libro Canciones y Villanescas espirituales, editadas en Venecia en 1589, contiene 61 piezas a tres, cuatro y cinco voces. Su autor es el también andaluz Francisco Guerrero (1528-1599) y su temática textual es religiosa, abundando las piezas dedicadas al tiempo de Navidad.

El Cancionero Musical de la Casa de Medinaceli es otra amplia colección que contiene 117 piezas a tres y a cuatro voces. Muchas son anónimas, y en otras figuran como autores: Ginés de Morata, Diego Garçon, Antonio Cebrián, Navarro y Ortega.

A los nombres ya citados en los cancioneros hay que añadir una larga lista de músicos españoles, de los que destacaremos los siguientes: en Andalucía, Cristóbal de Morales (1500-1553), Juan Navarro (1530-1580) y Rodrigo de Ceballos (h. 1530); en Aragón, Melchor Robledo (1511-1586); en Valencia, Joan Ginés Pérez (1548-1612); en Castilla, además de Victoria, su primer maestro, Bartolomé Escobedo (m. en 1564), Sebastián Vivanco (1550-1623), Alonso de Tejeda (h. 1580), Juan Esquivel (1565-1613), Francisco Montanos (m. en 1594) y Martín de Rivaflecha (m. en 1528), y en Cataluña, Pedro Alberch Vila (1517-1582) y los dos Mateo Fletxa: el vell (1481-1555) y su sobrino el joven (1520-1604).

Mateo Fletxa el vell fue el principal compositor de un curioso género musical llamado ENSALADA, que hacía honor a su homónimo culinario, ya que era una verdadera mezcolanza musical y textual. Todas las ensaladas describen hechos y situaciones con un marcado estilo escénico, lo que ha hecho suponer a muchos estudiosos la posibilidad de que fueran representadas, aunque no hay seguridad sobre este punto. Es característico en las ensaladas la alternancia de partes solistas y corales cantadas en catalán, provenzal, castellano y latín, este último para las partes corales a capella.

Para finalizar esta descripción del siglo XVI haremos referencia a la nomenclatura de los distintos timbres vocales, que vino a clarificar una cuestión bastante ambigua hasta entonces, adoptando los siguientes términos: cantus o superius, la voz más aguda; altus, la voz juvenil; tenor, la voz media, y bassus, la voz profunda. Si la pieza era a más de cuatro voces, se denominaban: quintus, sextus, séptimus y octavus, sin que ninguna de ellas determinara un timbre vocal fijo. Para descifrar que qué voz debía cantar había que considerar la clave en que estaba escrita la parte correspondiente.

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